¿Qué son los anticuchos peruanos y por qué conquistan paladares?
Índice de contenido
Introducción
Cuando uno escucha hablar de los anticuchos peruanos, inmediatamente le viene a la mente el sabor intenso del corazón de res, el chisporroteo de las brasas, el ají panca y el perfume del ajo machacado fundiéndose en una sinfonía de humo. Pero los anticuchos peruanos no son solo un platillo, son una vivencia, una identidad cultural, una ceremonia callejera que se ha ganado su lugar en la memoria gustativa de millones de personas, dentro y fuera del Perú.
Los anticuchos peruanos son brochetas de carne —tradicionalmente corazón de res— marinadas en una mezcla de ajíes, especias y vinagre, cocinadas sobre brasas ardientes. Su origen es humilde, profundamente arraigado en la historia del mestizaje culinario del país andino. Su sabor, sin embargo, trasciende cualquier frontera. Se sirven con papa sancochada o dorada, choclo, canchita serrana y, por supuesto, una buena salsa de ají para potenciar el sabor.
En mi caso, los anticuchos son una cápsula del tiempo. Llevo ya treinta años afincado en Carabanchel, y si hay un recuerdo que vuelve a mí una y otra vez cada vez que huelo humo y ají, ese es el de los anticuchos peruanos. Para muchos aquí en Madrid, los anticuchos son simplemente unas brochetas de carne al estilo callejero, pero para mí son mucho más: son un ritual de migración, un lazo con la Lima de mi infancia y un puente que une a peruanos y españoles alrededor de una parrilla improvisada.
Su creciente popularidad en el extranjero, sobre todo en ciudades cosmopolitas como Madrid, Nueva York o Buenos Aires, se debe no solo a su sabor inconfundible, sino también a su capacidad de adaptación: los anticuchos peruanos han sabido encontrar nuevas formas, ingredientes y públicos sin perder su esencia.

Un viaje al pasado: origen y evolución del anticucho
Hablar de anticuchos peruanos es remontarse a una historia tan mestiza como el Perú mismo. La palabra “anticucho” proviene del quechua “antikuchu”, que significa literalmente “corte o mezcla de los Andes”. Este término refleja desde el inicio la esencia de los anticuchos peruanos: una fusión de culturas, sabores e historias.
Aunque la versión más conocida y extendida de los anticuchos peruanos utiliza corazón de res, sus raíces se hunden mucho más atrás, incluso antes de la llegada de los españoles. En tiempos prehispánicos, las civilizaciones andinas ya utilizaban técnicas rudimentarias para cocinar carne en pinchos sobre fuego directo. Se trataba principalmente de carne de llama o alpaca, que se cortaba en tiras, se sazonaba con hierbas locales como huacatay o muña, y se cocinaba sobre piedras calientes o brasas.
Con la conquista española en el siglo XVI, llegaron nuevos ingredientes y también una nueva realidad social. El corazón de res, al igual que otras vísceras, era despreciado por la nobleza y los colonizadores, quienes preferían los cortes “nobles” del animal. Estas partes fueron relegadas a los esclavos africanos, quienes con creatividad y sazón convirtieron lo que era un desecho en un platillo delicioso. Así nacieron los anticuchos peruanos tal como los conocemos: con corazón de res, ají panca, ajo, comino, vinagre y sal, todo cocinado sobre brasas humeantes.
Durante la Colonia, las mujeres negras conocidas como «anticucheras» se apostaban en las esquinas de Lima, Arequipa, Trujillo y otras ciudades costeñas, vendiendo sus brochetas. Estas brochetas no solo eran una forma de sustento económico, sino también un acto de afirmación cultural. Los anticuchos peruanos se convirtieron en símbolo de ingenio, de mestizaje culinario y de la capacidad de crear sabor a partir de la escasez.
El método de cocción —a las brasas— se mantuvo fiel al original, utilizando carbón vegetal y parrillas improvisadas hechas con latas recicladas o hierros cruzados. La marinada era preparada al caer la tarde y el aroma del ají panca asándose al fuego se convirtió en una de las postales olfativas más distintivas de los barrios limeños.
Con el paso del tiempo, los anticuchos peruanos dejaron de ser un platillo marginal para consolidarse como símbolo nacional. Desde las calles de los distritos populares hasta las cartas de restaurantes gourmet, su presencia ha sido constante. En los años 80 y 90, comenzaron a verse puestos más organizados en festivales gastronómicos, y con la llegada del nuevo milenio, fueron reivindicados por chefs como Gastón Acurio, quien los incluyó en sus cartas con versiones elevadas sin perder su esencia.
Hoy en día, los anticuchos peruanos forman parte del repertorio culinario festivo del Perú. Están presentes en celebraciones patrias, ferias gastronómicas, noches de verano, reuniones familiares y hasta en propuestas de cocina fusión. Su versatilidad, su sabor profundo y su historia cargada de sentido los convierten en un patrimonio inmaterial de la gastronomía peruana.
Personalmente, recuerdo que cuando era niño, los domingos por la mañana mi madre me despertaba con el perfume del carbón encendido en un pequeño carrito de anticuchos que montaba nuestro vecino don Víctor, un señor amable de Barranco. Él preparaba pinchos de corazón de res —el clásico “anticucho de corazón”— marinados en ajo, comino, ají panca y vinagre. Al primer golpe de brocheta contra la parrilla, soltaba un chisporroteo que hacía vibrar hasta la ventana de nuestra casa. Yo corría con mi vaso de chicha morada en la mano, ansiando darle el primer mordisco a esa carne jugosa, apenas marcada por el fuego, cubierta de esa capa oscura y brillante que guardaba todo el sabor de la marinada.
Aquella escena, repetida año tras año, consolidó en mi memoria la importancia de los anticuchos peruanos no solo como un alimento, sino como un ritual. Comer anticuchos era reunirse, compartir, reír, ver caer la noche con el estómago caliente y el corazón lleno.
Hoy, los anticuchos peruanos continúan su evolución fuera del Perú. En ciudades como Madrid, Nueva York o Santiago de Chile, los migrantes los cocinan con ingredientes locales, adaptan el marinado, sustituyen el carbón por planchas, pero conservan siempre ese carácter callejero, informal y profundamente entrañable que los define. En muchos casos, incluso se han convertido en una forma de introducir a otros en la cultura peruana: un primer bocado que abre la puerta a todo un universo culinario.
La historia de los anticuchos peruanos es, en definitiva, la historia de cómo un plato nace de la necesidad, se fortalece en la comunidad y se convierte en símbolo de identidad. Un plato que ha viajado, evolucionado, y que hoy representa no solo el sabor del Perú, sino también su capacidad infinita de reinventarse sin olvidar sus raíces.

Ingredientes esenciales: el alma del sabor anticuchero
Los anticuchos peruanos deben su carácter al equilibrio perfecto entre ingredientes sencillos y una técnica culinaria ancestral transmitida de generación en generación. Parte de su magia radica en el respeto al producto y en la honestidad del fuego. Pero si hay algo que marca la diferencia en unos anticuchos peruanos verdaderamente memorables, son los ingredientes base, que deben elegirse con cuidado y tratarse con dedicación.
El protagonista indiscutible de los anticuchos peruanos es el corazón de res. Esta pieza, que antaño era despreciada y relegada a las clases más humildes, hoy es considerada un manjar gracias a su sabor intenso, textura firme y capacidad para absorber sabores. El corazón de res es magro, con poca grasa, y si se limpia correctamente —eliminando arterias y tejidos conectivos— se convierte en una carne tierna y sabrosa ideal para la parrilla. No cualquier corte sirve: lo ideal es cortarlo en tajadas de al menos 2 centímetros de grosor para que resistan el calor de las brasas sin secarse.
Aunque existen variantes modernas como los anticuchos de pollo, cerdo o pescado, los verdaderos anticuchos peruanos tradicionales siempre parten del corazón de res. Esta elección no es casual: el corazón tiene una estructura que reacciona de manera perfecta al marinado prolongado y a la cocción rápida sobre brasas, permitiendo que el interior quede jugoso y el exterior adquiera esa costra crujiente y sabrosa tan característica.
Ahora bien, si el corazón es el cuerpo, el marinado es el alma de los anticuchos peruanos. El marinado no solo aporta sabor, sino que es el puente que conecta historia, territorio y técnica. Durante años, he ido afinando mi receta, respetando la tradición pero adaptándola a los productos que puedo encontrar en España. Esta es la mezcla que nunca me falla:
- Ají panca molido: el ingrediente más emblemático del marinado para anticuchos peruanos. Se trata de un ají seco de sabor ligeramente dulce, ahumado y con un color rojizo profundo. Su aroma es inconfundible y es clave para darle esa identidad limeña al plato.
- Ajo fresco machacado: no vale ajo en polvo ni triturado industrial. Uso al menos cuatro dientes grandes bien machacados para que el sabor penetre con fuerza y complemente el ají.
- Comino y pimienta negra: imprescindibles. El comino aporta ese fondo cálido y terroso, mientras que la pimienta negra da el toque punzante. Ambos deben estar recién molidos para aprovechar al máximo sus aceites esenciales.
- Vinagre de vino tinto: ideal para ablandar el corazón y aportar acidez equilibrada. Si no hay, se puede usar vinagre de manzana suave, pero el resultado final será distinto.
- Un chorrito de cerveza negra: este es mi aporte madrileño. Le da dulzor, cuerpo y un amargor elegante que armoniza con el ají panca. No es tradicional en los anticuchos peruanos, pero en mi experiencia lo eleva.
- Sal gruesa: para ayudar a que los sabores se fijen en la carne y resalten todo el conjunto.
Una vez mezclados los ingredientes, incorporo las tajadas de corazón en un bol grande de acero inoxidable y me aseguro de que queden completamente cubiertas. La carne debe marinar un mínimo de seis horas, pero el resultado óptimo se logra tras doce horas de reposo en la nevera. Durante ese tiempo, el ají, el ajo, el vinagre y la cerveza van penetrando las fibras del corazón y empiezan a construir lo que será la esencia de los anticuchos peruanos.
Además de la carne y la marinada, hay otros elementos que no pueden faltar en una preparación auténtica de anticuchos peruanos:
- Palitos de brocheta de caña o bambú: deben ser resistentes y preferiblemente remojados en agua durante al menos 30 minutos antes de usarlos, para que no se quemen al contacto con las brasas.
- Carbón vegetal de calidad: en Perú se usa mucho el carbón de algarrobo, pero en España suelo emplear carbón de encina mezclado con astillas de eucalipto. Ambos aportan un aroma ahumado que se impregna en la carne y que es parte fundamental del sabor final de los anticuchos peruanos.
- Papas y choclo: los acompañamientos tradicionales. La papa puede ser sancochada (hervida) o dorada a la plancha, mientras que el choclo (maíz peruano de granos grandes) se sirve cocido. En su defecto, el maíz dulce local puede funcionar como sustituto, aunque nunca iguala al original.
- Salsas tradicionales: como la de ají amarillo cremoso, preparada con ají amarillo licuado con queso fresco, leche evaporada y un poco de aceite. Esta salsa aporta contraste, frescura y un leve picante que eleva cada bocado.
- Limón y cilantro fresco picado: fundamentales para darle acidez y frescor al conjunto. El comensal puede ajustar la intensidad a su gusto.
Todos estos elementos juntos conforman el “kit esencial” de unos anticuchos peruanos completos, auténticos y sabrosos. No se trata de lujo ni sofisticación, sino de respeto por la técnica y por los ingredientes. Un anticucho bien hecho no necesita ornamentos: su fuerza está en su honestidad.
El respeto a estos ingredientes, su manipulación correcta y su combinación exacta son los pilares que hacen que unos anticuchos peruanos destaquen por encima de cualquier otra brocheta. Y es que no basta con clavar carne en un palo y ponerla al fuego: los anticuchos peruanos son otra cosa. Son historia, son barrio, son sazón y son corazón.

El marinado perfecto: secretos de una carne sabrosa
Si hay un momento sagrado en la preparación de los anticuchos peruanos, ese es sin duda el del marinado. No se trata simplemente de adobar la carne, sino de iniciar un proceso alquímico donde cada ingrediente encuentra su lugar para transformar un corte robusto como el corazón de res en una explosión de sabor.
El marinado tradicional de los anticuchos peruanos es una mezcla de saber popular, intuición y memoria. En mi caso, aprendí de mi madre, que a su vez aprendió de la suya, y así se fue perfeccionando esa fórmula que, aunque parezca sencilla, requiere atención y respeto.
Lo fundamental es trabajar con un corazón de res fresco y bien limpio. Una vez que se retiran las venas y se corta en tiras, viene la parte que muchos consideran mágica: la combinación exacta de ingredientes que impregnarán cada fibra de la carne.
Mi versión personal, como ya compartí antes, incluye:
- Ají panca molido en cantidad generosa. Este ají seco, rojo oscuro, es indispensable para dar ese sabor ligeramente dulce, ahumado y terroso que caracteriza a los anticuchos peruanos.
- Ajo fresco machacado. Nada de polvo ni pasta: solo ajo bien prensado que suelte todo su aceite natural.
- Comino y pimienta negra. Recién molidos, porque su aroma se disipa rápidamente.
- Vinagre de vino tinto. O de manzana suave si estamos fuera del Perú. Este ingrediente ayuda a ablandar la carne y a profundizar la marinada.
- Cerveza negra. Aquí es donde aparece mi toque híbrido: ese chorrito de Mahou Negra o cualquier stout suave le da cuerpo y una dulzura de fondo que contrasta con la acidez del vinagre.
- Sal gruesa. Nunca fina, porque la sal gruesa penetra mejor y resalta los sabores.
Una vez hecha la mezcla, se colocan las tiras de corazón en un bol de vidrio o acero inoxidable (nunca plástico), se bañan completamente en el marinado y se tapan. El tiempo mínimo de reposo es de seis horas, pero si se puede dejar toda la noche en la nevera, el resultado es sublime.
Durante ese tiempo, el vinagre y la cerveza comienzan a ablandar la carne. El ají y el ajo se adhieren, el comino penetra lentamente y el resultado final es un trozo de carne profundamente aromático, teñido de rojo intenso y con el brillo del aceite de los ingredientes.
El marinado de los anticuchos peruanos es más que una receta: es una ceremonia. Un acto de preparación y paciencia que sienta las bases para que, al momento de poner la carne sobre las brasas, el sabor esté completamente desarrollado y listo para el aplauso.

La técnica de la parrilla: cómo lograr anticuchos jugosos
Una vez que la carne está marinada y lista, llega el momento más esperado: el asado. Aquí no hay margen de error, porque una cocción incorrecta puede arruinar todo el trabajo previo. La técnica de parrilla para los anticuchos peruanos es, al mismo tiempo, rústica y precisa. Cada movimiento importa.
En Lima, los anticuchos se hacen sobre carbón de algarrobo o quebracho, que genera un humo intenso y seco. En Carabanchel, he replicado ese aroma usando carbón vegetal de encina mezclado con astillas de eucalipto. Ese toque ahumado es vital, porque define el carácter de los anticuchos peruanos como un plato que vive del fuego.
Mi ritual de asado es casi litúrgico:
- Encender el carbón y esperar pacientemente hasta que esté completamente blanco y humeante. No sirve de nada apresurarse. El carbón debe estar en su punto justo para cocinar sin quemar.
- Ensamblar los anticuchos en brochetas de bambú remojadas previamente en agua para evitar que se quemen. Se debe dejar un pequeño espacio entre cada trozo de carne para que el calor circule.
- Colocar las brochetas sobre la parrilla a una distancia media de las brasas. No demasiado cerca, porque se carbonizan por fuera y quedan crudos por dentro. Lo ideal es darles un giro cada par de minutos para lograr un tostado uniforme y ese exterior crujiente que es puro placer.
- No mover demasiado. Los anticuchos necesitan calma. Unos 8 a 10 minutos de cocción es lo ideal, con un punto ligeramente carbonizado en los bordes y jugosidad interior.
- Rociar con el marinado a mitad de cocción. Este paso es fundamental. Yo uso una brocha de silicona o una cucharita para ir refrescando la superficie de la carne. A veces, incluso, añado unas gotas de cerveza negra sobre la brocheta para reactivar los aromas.
Ese chisporroteo, el aroma a humo y ají, y el calor que se desprende de la parrilla conforman el escenario perfecto: una experiencia multisensorial que no se olvida. Son esos momentos, mientras se giran las brochetas, cuando uno realmente entiende por qué los anticuchos peruanos son una expresión tan potente de nuestra cultura.
Cada vez que enciendo mi parrilla en Carabanchel y coloco las brochetas sobre el fuego, regreso mentalmente a las calles de Lima, a los carritos humeantes, a la voz del anticuchero ofreciendo “¡Anticuchos, anticuchos calientitos!” y a ese primer mordisco que lo cambia todo.

Acompañamientos clásicos y adaptaciones en el extranjero
Los anticuchos peruanos no se sirven solos. Parte de su grandeza está en el conjunto de guarniciones que los acompañan. En Perú, lo más común es verlos en platos de cartón con papa sancochada, choclo desgranado o en mazorca, y un poco de salsa de ají. Pero fuera del Perú, como en mi caso en Madrid, estos acompañamientos se adaptan sin perder el espíritu original.
En mi mesa, estos son los fijos:
- Papas fritas rústicas: cortadas con piel, remojadas y fritas en aceite de girasol, gruesas y cremosas por dentro. Imitan la papa amarilla peruana, que es difícil de conseguir fuera del país.
- Choclo en mazorca: si consigo choclo peruano lo cuezo al vapor; si no, uso maíz dulce local, pero siempre con un toque de sal y una pizca de anís estrellado en la cocción.
- Salsa de ají amarillo cremosa: ají amarillo, queso fresco, leche evaporada y un chorrito de aceite vegetal. Lo licúo todo hasta que tenga una textura similar a una mayonesa ligera. Esta salsa no solo equilibra el picante, sino que da un frescor brutal a cada bocado.
- Canchita serrana (maíz chulpe tostado): es el crujido perfecto para acompañar cada mordisco de carne jugosa.
- Limones verdes y cilantro picado: los dejo en pequeños cuencos para que cada comensal ajuste acidez y frescor a su gusto.
Estos acompañamientos no solo completan el plato, sino que lo elevan. La suavidad de la papa, el dulzor del maíz, la cremosidad de la salsa y el toque cítrico del limón hacen que los anticuchos peruanos sean una experiencia total. Y si a eso le sumas una bebida como la chicha morada o, por qué no, una cerveza artesanal madrileña, el resultado es un festín memorable.
En Madrid he visto cómo incluso chefs locales incorporan purés de patata trufada, emulsiones de maíz o reducciones balsámicas como acompañantes modernos. Yo prefiero mantenerme más fiel al origen, pero no cierro la puerta a experimentar si se respeta el corazón de la receta.

Anticuchos en el corazón de Madrid: tradición que cruza fronteras
Llevar los anticuchos peruanos fuera del Perú es más que trasladar una receta: es exportar una parte del alma nacional. Para muchos migrantes como yo, cocinar anticuchos en el extranjero es un acto de resistencia cultural, una manera de sostener la identidad en medio de un entorno ajeno. En mi caso, fue también una forma de hacer comunidad y tender puentes con mis vecinos madrileños.
Desde que llegué a Carabanchel hace tres décadas, he visto cómo los anticuchos peruanos han ido conquistando nuevos paladares. Al principio eran una rareza: algo que se preparaba solo en reuniones entre compatriotas o en celebraciones puntuales. Pero poco a poco, entre ferias de “street food”, eventos multiculturales y fiestas patrias, los anticuchos se abrieron paso.
Una de mis anécdotas favoritas sucedió un 28 de julio, Día de la Independencia del Perú. Organizamos un “domingo de anticuchos” en la Asociación de Peruanos de Madrid. Montamos carpas, trajimos músicos de cajón y guitarra, y durante horas la calle se llenó de humo, risas y cánticos. Recuerdo que un grupo de vecinos españoles aprendió a pronunciar “¡Viva el Perú!” entre mordiscos, y su entusiasmo me recordó el poder de la gastronomía para derribar barreras.
Hoy en día, no es raro encontrar anticuchos en las cartas de restaurantes peruanos de Madrid. Incluso algunos locales de tapas los han reinterpretado, sirviendo mini brochetas con salsa de rocoto o sobre pan tostado. Pero para mí, el verdadero anticucho sigue estando en la parrilla improvisada, con su carbón ardiendo y el marinado chispeando al contacto con el fuego.
El éxito de los anticuchos peruanos fuera del Perú se debe a su autenticidad. Son sabrosos, accesibles, y se preparan con ingredientes sencillos. Pero también porque evocan algo más profundo: la memoria, la comunidad, el compartir sin prisa. En cada bocado, hay una historia. Y cuando esa historia se cuenta bien, no hay quien se resista.

Variantes modernas y fusiones inesperadas del anticucho
A pesar de su origen profundamente tradicional, los anticuchos peruanos han demostrado una flexibilidad y capacidad de adaptación extraordinarias. Su base humilde, su preparación sencilla y su perfil de sabor potente han permitido que este plato viaje, evolucione y se fusione sin perder su identidad. Hoy en día, en distintas partes del mundo, los anticuchos peruanos ya no se limitan al corazón de res ni a una sola forma de preparación. Se han abierto a nuevas carnes, estilos de cocción, tipos de presentación e incluso conceptos de cocina fusión que los conectan con otras culturas gastronómicas.
En mi experiencia como cocinero autodidacta y defensor de la cocina peruana en Madrid, he aprendido que las variantes de los anticuchos peruanos no deben verse como herejías, sino como testimonios de su vitalidad. Son el resultado de la migración, la convivencia intercultural y, muchas veces, de la necesidad de adaptarse a ingredientes disponibles. Pero lo esencial es conservar su esencia: el respeto por la marinada, el uso del fuego, y esa combinación mágica de ají panca, ajo y vinagre que define su personalidad.
Aquí comparto algunas de las versiones que he desarrollado con el tiempo, y que han tenido buena acogida tanto entre peruanos nostálgicos como entre españoles curiosos:
Anticuchos mixtos
Una de las alternativas más populares entre mis comensales. Los anticuchos peruanos mixtos incorporan trozos de pollo marinados con la misma mezcla tradicional que se usa para el corazón de res. Esta opción es ideal para quienes prefieren una carne más ligera, menos intensa, o simplemente no están acostumbrados a las vísceras. El pollo, si se corta en trozos medianos y se marina al menos seis horas, adquiere una textura jugosa y un sabor muy cercano al original.
Corazón de cerdo
Si bien los anticuchos peruanos auténticos se preparan con corazón de res, he descubierto que el corazón de cerdo ofrece una excelente alternativa. Es más suave al paladar, tiene una textura menos fibrosa y un sabor que muchos describen como más “doméstico”. Esta versión resulta especialmente útil cuando se quiere introducir el concepto de anticucho a personas que se inician en la cocina peruana. El corazón de cerdo, además, reacciona muy bien a la parrilla y conserva jugosidad con facilidad.
Puntas de solomillo de ternera
Cuando tengo invitados exigentes o participo en ferias gastronómicas donde se busca una experiencia más gourmet, opto por preparar anticuchos peruanos con puntas de solomillo. Esta carne, tierna y elegante, eleva el plato a otro nivel. La marinada tradicional funciona perfectamente, pero requiere una cocción más breve y cuidadosa para no secar la carne. El resultado es un anticucho refinado, perfecto para sorprender a quienes piensan que los anticuchos solo pueden ser comida callejera.
Anticuchos con salsa de mostaza y ají panca
Una de las fusiones más interesantes que he desarrollado es la combinación de ají panca con mostaza Dijon. Esta salsa, que nació casi por accidente durante una prueba en casa, se ha convertido en un acompañamiento recurrente para mis anticuchos peruanos. El contraste entre el dulzor picante del ají panca y la acidez punzante de la mostaza genera un equilibrio adictivo. Es una muestra clara de cómo los anticuchos pueden dialogar con ingredientes europeos sin perder su esencia.
Anticuchos vegetarianos
Aunque no son parte de la tradición original, los anticuchos peruanos también han sabido adaptarse a los nuevos hábitos alimenticios. He preparado brochetas de champiñones portobello, pimientos rojos, cebolla morada y calabacín, todos marinados con la misma base que uso para la carne. Si bien el sabor no replica al del anticucho clásico, la experiencia en parrilla y el uso del ají panca le dan una personalidad contundente y un guiño respetuoso a la receta madre. Son perfectos como acompañamiento o como plato principal para quienes siguen dietas vegetarianas.
Anticuchos de mariscos
En algunas zonas de la costa peruana, especialmente en ciudades como Lima o Trujillo, han empezado a surgir versiones de anticuchos peruanos con mariscos. El más común es el anticucho de pulpo, que primero se cocina al vapor o se ablanda previamente, y luego se marina y se pasa por la parrilla. El resultado es espectacular: el sabor ahumado de las brasas se mezcla con la textura suave del pulpo y la potencia del marinado. También se pueden preparar con camarones grandes o calamares, siempre que se cuide el punto de cocción para evitar que se vuelvan gomosos.
Mini anticuchos y tapas
Viviendo en España, no podía dejar de adaptar los anticuchos peruanos al formato de tapa. He empezado a preparar mini brochetas de dos piezas, servidas sobre pan tostado con un poco de salsa criolla encima. Esta presentación es ideal para eventos, caterings o incluso menús degustación. Los sabores se mantienen intactos, pero el formato resulta más accesible para un público que no siempre conoce el plato.
Estas variantes no traicionan el espíritu de los anticuchos peruanos. Más bien, lo enriquecen. Cada nueva versión nace del diálogo entre tradición y contexto, entre la receta original y el entorno donde se cocina. Y ese diálogo es fundamental para que la cocina peruana siga creciendo, expandiéndose y enamorando a nuevos paladares.
Cada vez que alguien me pregunta si no estoy “perdiendo la esencia” al preparar un anticucho con pollo o con vegetales, respondo lo mismo: la esencia no está en el ingrediente exacto, sino en el respeto por el proceso, por el sabor y por la historia. Los anticuchos peruanos son una receta viva, que respira, cambia y se adapta, como lo hacen los migrantes que la cocinan.
Y esa capacidad de adaptación es precisamente lo que los convierte en un plato universal. Desde un callejón limeño hasta una terraza en Madrid, los anticuchos peruanos siguen latiendo con fuerza, con fuego, con ají panca, y sobre todo, con corazón.

Retos y futuro de los anticuchos fuera del Perú
Difundir los anticuchos peruanos fuera del Perú no es tarea sencilla. Aunque su sabor tiene la capacidad de conquistar cualquier paladar, existen barreras logísticas, culturales y económicas que condicionan su expansión. Llevar los anticuchos peruanos a otras latitudes implica mucho más que replicar una receta: requiere entender los ingredientes locales, adaptarse a nuevas normativas y, sobre todo, educar al consumidor sobre qué está comiendo, por qué es especial y cuál es su historia.
La dificultad de encontrar ingredientes auténticos
Uno de los principales retos es la disponibilidad de ingredientes clave. Los anticuchos peruanos, aunque técnicamente simples, dependen profundamente del uso de productos específicos que definen su sabor. El ají panca, por ejemplo, es fundamental en el marinado de los anticuchos peruanos tradicionales. Su perfil ahumado, terroso y ligeramente dulce no tiene equivalente exacto en otras cocinas. Y aunque es posible encontrar pasta de ají panca en tiendas especializadas, conseguirlo fresco o seco en mercados europeos sigue siendo difícil y costoso.
En Madrid, donde vivo desde hace décadas, he tenido que recurrir muchas veces a la importación o incluso a cultivar mi propio ají panca en macetas. No siempre da frutos, y cuando lo hace, requiere cuidados específicos: buena exposición solar, protección del viento, y un riego controlado para evitar que se amargue. Sin ají panca, los anticuchos peruanos pierden su alma.
Otro ingrediente clave que representa un reto fuera del Perú es el choclo. Este maíz de granos grandes, textura firme y sabor suave es parte fundamental de la experiencia anticuchera. En su ausencia, muchos recurrimos al maíz dulce enlatado o al maíz blanco de otras variedades, pero ninguna alternativa ofrece el mismo equilibrio entre dulzura y almidón. Algo similar ocurre con la papa amarilla, cuya textura cremosa y sabor terroso son insustituibles en los anticuchos peruanos servidos con guarnición tradicional.
Limitaciones técnicas y urbanas
Más allá de los ingredientes, hay desafíos logísticos. Los anticuchos peruanos se cocinan idealmente sobre brasas de carbón. En Perú, se usa mucho el carbón de algarrobo por su potencia calórica y su aroma distintivo. En Europa, solemos usar carbón de encina, quebracho blanco o marabú cubano, todos buenos sustitutos, aunque con perfiles diferentes. Sin embargo, este tipo de carbón no siempre es accesible todo el año, y sus precios pueden duplicarse fuera de temporada.
Además, muchos entornos urbanos imponen restricciones por humo o por el uso de fuego al aire libre. Esto hace que cocinar anticuchos peruanos en una parrilla de carbón en una terraza, un local o una feria sea una batalla constante con normativas locales. La alternativa de usar parrillas eléctricas o planchas puede ser práctica, pero sacrifica parte del sabor que define la experiencia anticuchera.
Competencia gastronómica y desconocimiento cultural
En ciudades como Madrid, Londres, París o Nueva York, la oferta gastronómica es enorme y diversa. El comensal promedio está expuesto a cientos de opciones: sushi rápido, hamburguesas, kebabs, tapas y más. En este contexto, posicionar los anticuchos peruanos requiere más que un buen producto: hace falta pedagogía.
Muchos consumidores desconocen qué es un anticucho, de qué parte del animal proviene, o por qué es un plato emblemático del Perú. Hay que explicar que no es simplemente una brocheta de carne, sino una tradición de más de cuatro siglos que nació en la resistencia de las cocineras afroperuanas y que hoy es parte de la identidad nacional. Esa labor educativa es constante, y muchas veces se da cara a cara, brocheta en mano, compartiendo una historia mientras se asoma el humo.
Además, el auge de los restaurantes de comida rápida ha hecho que muchas personas valoren más la rapidez que la calidad artesanal. Convencer a alguien de esperar 10 o 12 minutos por una brocheta hecha al momento, frente al mostrador, puede ser complicado en un entorno acelerado. Pero ahí es donde los anticuchos peruanos tienen una ventaja: una vez que alguien los prueba, el sabor habla por sí solo.
Esperanza y expansión: una tendencia al alza
A pesar de estos desafíos, veo con optimismo el futuro de los anticuchos peruanos fuera del Perú. Cada vez más madrileños valoran la cocina artesana, el producto de calidad y el sabor auténtico. En ferias de comida callejera, los anticuchos peruanos se venden como pan caliente. En fiestas barriales, son el plato más fotografiado. En redes sociales, las imágenes de brochetas humeantes reciben cientos de «me gusta» y comentarios que empiezan con «¿dónde los puedo probar?»
Esta creciente aceptación no es casual. Se debe al trabajo constante de cocineros peruanos en el extranjero, de migrantes que llevan la sazón en la maleta, y de amantes de la cocina que deciden aventurarse a preparar anticuchos peruanos en casa, aunque no tengan todos los ingredientes originales.
También hay una tendencia clara hacia la cocina étnica premium, donde platos tradicionales se presentan con técnicas modernas y estética refinada. En este contexto, los anticuchos peruanos tienen todo para brillar: historia, sabor, versatilidad y una presentación atractiva.
Un sueño posible: anticucherías globales
Sueño con que, en el futuro, existan pequeños locales de anticuchos peruanos repartidos por las ciudades del mundo, como ya ocurre con pizzerías, kebabs o taquerías. Lugares donde uno pueda pedir un anticucho clásico de corazón, acompañado de papa dorada, choclo al vapor y su salsa de ají amarillo. Donde también haya opciones como anticucho de solomillo, brochetas vegetarianas, mini anticuchos para tapas o incluso versiones con mariscos.
Espacios donde el fuego esté visible, donde el aroma del ají panca flote en el aire, y donde el corazón no sea solo un ingrediente, sino el alma de la experiencia. Imagino esas anticucherías como lugares donde se come, pero también se conversa, se aprende, se recuerda y se celebra.
El reto está en mantener la autenticidad sin caer en la caricatura. Que los anticuchos peruanos fuera del Perú no se conviertan en una imitación diluida, sino en una representación fiel de lo que son: una expresión poderosa de identidad, sabor y comunidad.

Reflexión final: identidad, fuego y ají en cada brocheta
Los anticuchos peruanos son mucho más que un plato callejero. Son la prueba de que la cocina popular puede construir comunidades, evocar memorias y tender puentes culturales. Cada brocheta de corazón, cocinada lentamente sobre brasas y servida con su guarnición, lleva el eco de los mercados limeños, el cariño de recetas familiares y la adaptabilidad de un chef que aprendió a fusionar dos mundos.
En Carabanchel, mientras la parrilla humea y el ají danza en el aire, vuelvo a sentirme un niño corriendo tras don Víctor, persiguiendo el primer mordisco de esa carne oscura y brillante que nunca deja de emocionarme.
Los anticuchos peruanos nos enseñan que la tradición no es rigidez, sino memoria activa. Que la identidad puede oler a ajo, sonar a chisporroteo y saberse a fuego lento. Que el corazón, tanto el literal como el simbólico, sigue siendo el mejor ingrediente cuando se cocina con amor y orgullo.
¡Buen provecho!